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MISHKA Sur un air du soleil

MISHKA

Mishka presentó  PRIMAVERA VERANO 2016 con un desfile en el Salón Central de La Rural en el marco de la semana de la moda.  Una colección que atraviesa culturas, décadas e ignora tendencias de turno.

Rotunda. Contrastante. Brutalista. Sin medias tintas devela Marcelo “Chelo” Cantón su obra primaveral, valiéndose de bloques cromáticos para reinventarse visualmente. Rojo, azul, blanco y negro, junto con pinceladas nude y celeste bebe, consagran al color como leitmotiv decorativo. Este hilvana todas las líneas de la marca –Chaussures (zapatos); Sacs (bolsos); Couture (ropa); Jeans (denim); Souvenirs (accesorios)–, reinterpretando el imaginario Mishka.

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Concebidos cual proyectos arquitectónicos, los zapatos evidencian la formación de Cantón y su socio Diego Trivelloni en esa disciplina. A semejanza del estilo escandinavo, cuya decoración reside en la estructura, los hitos de la marca disocian elementos (taco, base, capellada) con colores y materiales preciosistas. Unas chinelas con plantilla acharolada más tira de pelo vacuno, comparten códigos con unos escarpines de taco amaderado y pala de charol. Sus disparidades podrían aludir a viviendas nórdicas que, mediante puertas o chimeneas coloristas, vivifican su entorno.

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Así como los racionalistas sublimaron materiales industriales, Cantón eleva texturas rústicas al plano de la sofisticación. De ahí su dominio de la rafia, cuya naturaleza arcaica renace en zuecos albos y sandalias azulinas, a la par de charol italiano. La madera se pule hasta cotas níveas, en oda al diseño boreal, para cimentar abotinados naïf. Y la goma eva, presente en plataformas-bloque,se engalana con acabados geométricos.

De un tecnicismo irreplicable presume cada par. El inventario admite mocasines, mules, escarpines ojo de pez, “soldados” con elásticos estratégicos, suelas fragmentadas y tiras de múltiples medidas. Tampoco desatiende el shoe-code nocturno, valedor de sandalias gamuzadas con ornamentos metálicos y espíritu setentero.

La delicadeza se extiende a la colección de carteras. Inmaculadas, unas cajas-bandolera de estridente charol evocan al diseño nipón. Su contraparte diurna, elaborada con rafia, remite al mobiliario del sudeste asiático. Afanados en sofisticar materiales otrora bohemios, imperan totes de cuero lavado y sobres en corcho reutilizado. El reciclaje también tiene lugar en bolsos de mano que emulan bolsas de papel; eso sí, creados con gamuza lima o cuero quebrado. Y clásicos Mishka como mochilas o sacos marineros, siguen el tren de la colección reinventándose con oposiciones cromáticas.

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Curadas como una muestra neoplasticista parecieran estar las piezas Couture. En alusión a los bloques impresionistas de Barnett Newman, monocromías primarias tiñen siluetas orgánicas. Guiños al ataviar japonés se manifiestan en un blazer de crepe de seda, libre de solapas, maridado con pantalones payaso. Su vibra despojada se extiende a camisas de algodón peruano, maxi vestidos chemise y túnicas de satén italiano.

La uniformidad colorista es corrompida únicamente por estampas e intervenciones textiles. Rayas irregulares, lunares y manchas jirafa contextualizan el motivo clave de la estación: flores impresionistas, replicadas en prints y bordados. Al tacto se perciben cuadros prensados y rugosidades, presentes en blusas de cuello mandarín. El punto está engalanado por lúrex. Y los jeans presumen de un acabado satinado, en tipologías clásicas o boyfriend.

Se suman ítems deportivos, sublimados por la sofisticación inherente a Mishka. Shorts de poplín y calzas con recortes conviven con tops de algodón bifaz. También destacan cortes láser en musculosas de redecilla o scuba; epítomes de vanguardia experimental.

Con el anochecer asoman los alocados años 20, apreciables en vestidos lánguidos de largo maxi o midi. Una oda a la flapper moderna, que perdería la cordura con sus estampas Art Déco, cuentas metálicas y bordados preciosistas. A esa máxima responden accesorios como collares, brazaletes y pecheras, rebosantes de cadenas.

Una vez más, Mishka atraviesa culturas, décadas, ignorando tendencias de turno. El suyo es un lujo desornamentado, cuyo énfasis reside en el detalle. Lo ejemplifica su musa de campaña, Mia Quinn, implacable ante la lente de Pato Battellini. Y basta una declaración de Cantón para compendiar el concepto: “El deslumbramiento efímero no sirve de nada. La belleza del objeto radica en el enamoramiento posterior”.

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