Madre preparada para todo

¿Querés ser una madre tigresa?

 

Madre
Madre

Amy Chua, 46 años, nacida en Illinois, Estados Unidos, hija de padres filipinos –descendientes de chinos–, profesora de Derecho de la Universidad de Yale, está provocando un gran revuelo en los Estados Unidos tras publicar un libro de memorias sobre el modo exigente, al extremo, en el que educó a sus dos hijas para que fueran estudiantes brillantes.

“Muchas personas se preguntan cómo los padres chinos crían chicos tan estereotipadamente exitosos. Se preguntan qué hacen estos padres para producir tantos genios matemáticos y prodigios musicales. Yo les puedo contar porque yo lo he hecho”, escribe Chua, en el primer capítulo. A continuación, enumera una lista de cosas que sus hijas tenían prohibido hacer: sacarse una nota por debajo de 10, no ser las mejores de su clase en todas las asignaturas, ir a jugar o a dormir a casa de amigos, negarse a participar en los actos del colegio, ver televisión, jugar a juegos en la computadora, elegir sus actividades extracurriculares, optar por tocar un instrumento que no sea piano o violín…

Pero, si bien su libro titulado El himno de batalla de la madre tigre ha despertado duras críticas, al mismo tiempo ha instalado el debate sobre los modos de concebir la educación en los hogares de Oriente y de Occidente.

Chua fue educada con mano de hierro, lo que según ella la llevó a ser una estudiante sobresaliente. Se graduó en la escuela de leyes de Harvard, donde conoció a su marido, Jed Rubenfeld, judío-americano, hoy también profesor de Yale y quien, según parece, fue el que llevó un poco de equilibrio a la familia al organizar programas menos rigurosos, como ir a andar en bicicleta o a recolectar manzanas.

DESENCUENTRO DE DOS MUNDOS. En sus memorias, arremete contra las forma indulgente de criar hijos en Occidente, y a pesar deque sus familiares y amigos le aconsejaron que no lo hiciera, le cuenta al mundo los secretos de la educación asiática que llevaron a sus hijas al éxito. Sophia (18), a los 14, debutó tocando el piano en Carnegie Hall y actualmente está a punto de ingresar en una exclusiva universidad de la Ivy League; y Louisa (15), apodada Lulu, entró en un programa muy competitivo del prestigioso conservatorio Juilliard School.

Chua les hacía practicar a sus hijas tres horas diarias sus instrumentos. “Los padres chinos entienden que nada es divertido hasta que uno es bueno en ello. Y para ser bueno en algo hay que trabajar, y los chicos por sí solos nunca quieren trabajar, razón por la cual es crucial anular sus preferencias. La práctica tenaz es esencial para la excelencia; pero la rutina de repetición está sobrestimada en Estados Unidos”, asevera. En su libro, cuenta –sin ningún tipo de remordimiento– anécdotas capaces de dejar perplejos a los lectores occidentales. Relata, por ejemplo, cómo rechazó una tarjeta de cumpleaños que una de sus hijas le hizo cuando tenía 4 años, y le exigió que confeccione una mejor; o cómo amenazó a Lulu con llevar la casa de muñecas al Ejército de Salvación si no tocaba una melodía de piano a la perfección, cuando la niña tenía apenas 7 años. Ni siquiera tuvo reparos en contar que llegó a llamar a Sophia “basura” en una ocasión en la que se mostró muy irrespetuosa con ella.

“Los padres chinos les pueden decir a sus hijos cosas que son inimaginables para los padres occidentales. Les pueden decir: ‘Gordita, pierde un poco de peso’, mientras los padres occidentales andan en puntas de pie alrededor del tema sin mencionar la palabra que comienza con ‘g’ y sus hijos, de todas maneras, terminan en terapia por desórdenes alimenticios o por baja autoestima”, desafía.

Para ella hay tres cosas básicas que, según escribió en un artículo en The Wall Street Journal, distinguen a estas dos formas totalmente diferente de educar.“En primer lugar, los padres occidentales están muy ansiosos sobre la autoestima de sus hijos. Mientras que los padres chinos, no. Ellos asumen fortaleza, no fragilidad, y como consecuencia actúan de una manera muy diferente. Exigen notas perfectas porque saben que sus hijos las pueden obtener. En segundo lugar, los padres chinos creen que sus hijos les debenalgo, y tercero, creen que saben qué es lo mejor para ellos, y por lo tanto anulan todos los deseos y preferencias de los niños”. Y continúa: “Los padres occidentales respetan la individualidad de sus hijos y tratan de alentar sus verdaderas pasiones, los chinos creen que la mejor forma de protegerlos es preparándolos para el futuro, dejándoles ver de lo que son capaces, y dotándolos de habilidades, hábitos de trabajo, y una confianza interior que nadie les podrá sacar”.

Más allá de sus teorías, en un momento del libro la “madre tigresa” deja de rugir, y luego de muchas y duras peleas con Lulu, Chau se ablanda. “Creo que paré justo a tiempo”, confesó en una entrevista. Dejó de tomar todas las decisiones por ella, dejó a su hija ir a tenis –tal como quería–, y también accedió a que tocara el violín sólo cuando tuviera ganas. Fue ése el momento de quiebre en el que Chua comenzó a escribir estas memorias.

EL TIGRE Y LA TORTUGA. Pero, ¿por qué la historia personal de una madre a suscitado tantos debates? La polémica muestra nada menos que el choque de culturas que se da constantemente en el mundo, y lo difícil que es ver las cosas para ambos lados desde el punto del vista del otro. Muchos analistas aseguran que la cultura china despierta tanta intriga como temor, en Occidente, y sobre todo en los Estados Unidos, donde está muy latente la preocupación por el avance chino.

El exitoso libro salió a la venta unas pocas semanas después de que se publicaran los últimos resultados del informe PISA 2009 (un examen de lectura, matemática y ciencia para alumnos de 15 años, de 65 naciones), en el que los países asiáticos quedaron posicionados en la mayoría de los primeros puestos. Los alumnos de Shangai, que participaron por primera vez desde que se creó este test, arrasaron en las tres categorías. Quedando en un indiscutible puesto número uno, mientras que Estados Unidos quedó en el 17, y Argentina en el 58

Carl Honoré, gurú del movimiento slow –y autor del libro Bajo presión: rescatar a nuestros hijos de una paternidad frenética (Del Nuevo Extremo)–, da a Para Ti su punto de vista de la cuestión. “Todo me parece un poco raro. Como si ella o su editor quisieran provocar la mayor controversia posible. Por un lado, el libro está marketineado como un grito de batalla para híper criar. Por el otro, Chua aparece concediendo que aplicando su enfoque de madre tigresa con una de sus hijas, le salió el tiro por la culata…”, advierte. Y continúa su análisis y diagnóstico: “Mi tesis es que cada padre es único, cada chico es único y cada familia es única. Por eso, ¿qué ganamos al alarmarnos tanto por el diario de una mujer? Mi visión es que los chicos necesitan disciplina, estructura, estímulo y un poco de presión, y estrés también. Pero no todo el tiempo. Pienso que la filosofía de las madres tigre no va a encajar para la gran mayoría de las familias. Los chicos también necesitan tiempo y espacio para explorar el mundo en sus propios términos, para aburrirse, para mirarse a ellos mismos y trabajar quienes son, más allá de lo que nosotros queremos que sean. Mi sospecha es que todo este enfoque de las madres tigre produce chicos que tienen CV´s muy luminosos pero a los que les falta creatividad y sentido de la independencia. También produce mucha infelicidad y estrés”. La conclusión de Honoré: “Los chicos no son trozos de arcilla que uno forma de acuerdo a la teoría que tiene en mente. Criar niños no es desarrollo de producto. Como padres, es nuestra responsabilidad ayudar a nuestros hijos a que descubran quiénes son. Yo no soy un extremista. Creo que hay cosas que vale la pena considerar en la filosofía de las madres tigre. Por ejemplo, es cierto que ponemos mucho estrés en el tema de la autoestima en Occidente, y la presión y la repetición pueden ser herramientas útiles para aprender, pero sólo con moderación”.

Madre e hija
Madre e hija

EL DEBATE, DE ORIENTE A OCCIDENTE. La psicopedagoga Valeria Fontanals fue contratada en China para dirigir un jardín de infantes internacional, luego de terminar una maestría en Harvard. Durante el año que trabajó en la ciudad de Beijing, tuvo la oportunidad de entrar en contacto con madres chinas y de conocer de primera mano esta manera oriental de criar hijos. “Chua sostiene los valores más tradicionales de la cultura oriental, pero la realidad es que hoy en China hay una tendencia a apropiarse de los valores occidentales –advierte–. Todos los chinos que tienen dinero quieren que sus hijos estudien afuera. Las madres chinas son más exigentes desde el punto de vista académico y se valora el leer y escribir desde muy temprana edad. Pero esto tiene que ver con el idioma: en el mandarín hay más de 2.000 caracteres, por lo que ya a los tres años los chicos deben empezar a aprender. Muchos inmigrantes chinos aplican esto en Occidente, sin tener en cuenta este patrón y les exigen a sus hijos lo mismo que si estuvieran en China”. La especialista también se refiere al “plan perfecto” que tiene la madre tigresa para sus hijos. “Tiene muy claro adonde quiere que sus hijos lleguen. En Beijing las madres de los chicos de 2 años me decían que querían que sus hijos fueran a Harvard, y me preguntaban qué tenían que hacer para lograrlo. Pero también hay muchos padres en Occidente que hacen los mismo y que pueden ser muy exigentes. China es una sociedad en la que se valora lo cognitivo sobre lo emocional. Son muy competitivos consigo mismo y quieren tener las mejores notas. Es algo lógico viniendo de un país de miles de millones de habitantes en el que sólo salen adelante unos pocos”. En la conclusión de su análisis, apunta que el libro de Chua es “muy extremista”, aunque tiene cosas para rescatar.“Si está bien aplicado, me parece muy positivo que los padres confíen en que sus hijos pueden superarse y no apañarlos apenas algo no les sale. Una exigencia bien puesta, con cariño, es una forma de trasmitirles a los hijos que ellos pueden”.

Miguel Espeche, psicólogo y especialista en vínculos familiares, coincide con esta observación, y añade: “En nuestra cultura hemos cometido el pecado de hacer demasiado laxa o subjetiva la educación y, en ocasiones, los resultados objetivos, como sacarse una buena nota, pasan a un segundo plano”. El autor del libro Criar sin miedo agrega: “A veces se comete el error de creer que los chicos son débiles. Lo ideal es encontrar un equilibrio. Los orientales deben aprender algunas cosas de nosotros, y nosotros otras cosas de ellos. Porque la rigurosidad es importante, pero también lo es la tolerancia a la frustración y la comprensión de las circunstancias emocionales y subjetivas, no para usarlas para un conformismo mediocre, sino para tenerlas en cuenta a la hora de la procura de buenos rendimientos objetivos. En Japón, hay un alto índice de suicidio entre los adolescentes por el valor que se le da al rendimiento académico”.

EL CAMINO DEL MEDIO. En cuanto a elegir las actividades de los hijos sin consultarlos, Espeche sostiene:“Las elecciones de las actividades extracurriculares hay que tomarlas a partir de conocer al hijo, y no en función de un hijo teórico o a partir de ideas que no tienen nada que ver con el chico sino más bien con alguna actividad que el padre no pudo hacer en su infancia, o con argumentos del tipo: ‘quiero que estudie violín y piano porque forjan carácter”. Los especialistas también advierten que los niños muy aislados –no ven televisión, ni juegan en la computadora, ni van a la casa de amigos– en el futuro quedan sin defensas frente al mundo real. “Son como canarios que dentro de la jaula cantan muy bien, pero si salen de ahí no sobreviven mucho tiempo”, ejemplifica Espeche. Lo mismo remarca María Esther De Palma, licenciada en Servicios Sociales, presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar: “La socialización es muy importante en el desarrollo de una persona, jugar, interactuar, pelearse, poner límites, saber ceder, negociar. Todo esto se aprende conviviendo. La vida no es sólo tener un alto nivel intelectual”. Y advierte sobre los riesgos de presionar más allá del límite: “Es cierto que si en la práctica de un deporte o un instrumento no hay constancia es muy difícil destacarse. Pero el exceso de exigencia es tan dañino como la falta de ella. Puede coartar la creatividad, ser contraproducente y generar mucha frustración y ansiedad en el chico cuando no se da el resultado deseado. No siempre, por más que se exija y se exija, un niño va a ser un prodigio. Si se practica tres horas por día una disciplina, probablemente le va a salir bien, pero todo ese tiempo se podría haber dedicado a practicar otra cosa por la que tenga más gusto o facilidad”.

.

fuente:parati online

Leave a Reply