Metodo Alexander

Metodo alexander

La técnica del bienestar. El método Alexander nos enseña a cambiar de manera consciente los malos hábitos que interfieren con el balance natural de nuestro organismo. Se basa en aprender a conocernos y es ideal para atenuar malestares como lumbalgias, escoliosis, fibromialgia, úlceras, insomnio, migrañas, ansiedad y cansancio. Una fórmula beneficiosa para el cuerpo y la mente que garantiza una nueva coordinación más eficiente y equilibrada.

Tecnica Alexander

No podemos emprender algo nuevo, si antes no dejamos de hacer lo mismo de siempre. En el momento en que uno decide parar la pelota, puede detenerse y elegir si sigue por el camino habitual –que es lo que le sale naturalmente–, o toma un rumbo nuevo. Pero si uno no se detiene, no puede elegir”, adelanta Patricia Hayward, ex bailarina y actual profesora del Centro de Técnica Alexander Buenos Aires. Un concepto simple, pero profundo. En esto se basa la técnica Alexander, fundamentalmente en ser conscientes de nuestros malos hábitos, “esos que no somos capaces de ver, no por mala voluntad sino porque no se nos ocurre cuestionarlos”, aclara Hayward. Hernias discales, lumbalgias, escoliosis, tendinitis, fibromialgia, úlceras, insomnio, migrañas, ansiedad y cansancio son algunos de los malestares físicos que pueden atenuarse –o incluso desaparecer– si uno aprende a conocerse a sí mismo. Diego Kantor –también profesor– explica que “la técnica Alexander es un método a través del cual aprendemos a modificar conscientemente determinados hábitos y patrones de movimiento que interfieren con nuestro buen funcionamiento. Es importante entender que estos hábitos, o lo que en la técnica Alexander se define como la ‘manera en que nos usamos a nosotros mismos’ nos afectan en todos los aspectos de nuestras vidas, ya que el movimiento está presente de una manera constante, aún en aquellos momentos en los que consideramos que no nos estamos moviendo, en realidad sí lo estamos haciendo”. La técnica nació después de un descubrimiento que realizó un actor llamado Frederick Matthias Alexander, quien nació en Tasmania en 1869. Cada vez que recitaba frente al público, se le manifestaba una ronquera que poco a poco se fue instalando como una disfonía. Alexander comprendió que él mismo le estaba haciendo algo a su voz que provocaba el problema. Esta reflexión determinó el comienzo de una búsqueda, un proceso de autoobservación sobre el uso de sí mismo, en el momento de recitar. Así, tras un seguimiento sistemático de varias horas al día frente a un espejo de tres cuerpos, descubrió que al recitar se manifestaba un patrón de coordinación defectuoso con una serie de movimientos agregados e innecesarios. Estos hábitos que en primera instancia observó sólo en el momento de recitar, con el tiempo, se hicieron evidentes también al hablar normalmente así como en cualquier actividad que él realizaba. Este proceso lo condujo al desarrollo de los principios de su técnica.
¿COMO SE EJERCITA? “Es importante entender que la técnica no consiste en una serie de ejercicios. Es un trabajo de aprendizaje, y es por esto que hablamos de clases, que son individuales y duran aproximadamente cincuenta minutos. Se trabaja con actividades simples y cotidianas como pararse y sentarse, caminar, tomar un objeto o estar recostado. Mediante la guía de las manos y palabras del profesor, el alumno va reconociendo hábitos y patrones de movimiento que interfieren con su balance natural, deshaciendo pautas de tensión innecesarias, experimentando una nueva coordinación más eficiente y equilibrada”, explica Kantor. Y Hayward agrega que “se habla de alumno porque la persona viene a trabajar para descubrir lo que está haciendo y qué puede dejar de hacer, sobre todo eso. El foco es qué podemos dejar de hacer para que suceda lo correcto”. Sofía Spindler que es profesora de la técnica –graduada en la Escuela Alexander Technique de Cincinnati, Ohio– y autora del libro Técnica Alexander. Un camino hacia el bienestar del cuerpo y de la mente (Editorial Lumen), amplía la idea: “En el proceso no se aprende cómo se hace un movimiento sino de qué manera frenar el hábito para hacerlo y aún permitir que ocurra, operando desde la coordinación natural”.

Belleza y Salud
Belleza y Salud

LA SENSACION DE ESTAR BIEN. Déborah Kalmar es profesora de expresión corporal y sensopercepción de la Escuela de Patricia Stokoe y aplica elementos de esta técnica. “Básicamente es un proceso de aprendizaje que ayuda a cambiar hábitos corporales inadecuados y estresantes, permitiendo recuperar el buen uso que todos teníamos cuando éramos chicos. Este concepto puede pensarse en dos niveles diferentes: el físico y el mental. A nivel de lo físico, tiene que ver con la posibilidad de utilizar el tono muscular adecuado y necesario para cualquier actividad que vamos a realizar. El punto justo para poder funcionar con el mínimo de esfuerzo y el máximo de rendimiento. En el planode lo mental, produce un estado de ánimo más calmo y todo nuestro ser psicofísico se vuelve más armonioso. Hay una sensación de bienestar generalizado”, asegura Kalmar.

Algunas personas se acercan a las clases en busca de alivio por alguna dolencia física, pero otros se acercan para mejorar el desempeño profesional. Médicos, cantantes, actores, bailarines y deportistas recurren a la técnica para profundizar sus propias habilidades y mejorar su presencia escénica e interpretación. Por este motivo, la técnica Alexander fue incorporada en diversos conservatorios y escuelas de música, danza y arte dramático, principalmente en Europa y en Estados Unidos. Kantor enumera: “Ayuda a movernos más eficientemente y con mayor libertad, reduciendo las tensiones innecesarias; facilita la posibilidad de respirar y hablar con mayor libertad; reduce la presión en articulaciones; facilita la no interferencia en los mecanismos posturales; brinda una mayor percepción y conciencia corporal, da una mayor y mejor coordinación y mejora nuestra postura”. Según Kalmar, sus alumnos aseguran “estar más abiertos y flexibles ante los cambios, sentirse fuerte sin esfuerzo, más seguros y más alegres”.

Parte de la clase individual se lleva a cabo sobre una camilla. El docente, con sus manos y direcciones verbales, ayuda al alumno a identificar las zonas de mayor tensión o esfuerzo y crea las condiciones necesarias para que él mismo pueda liberar dicha rigidez. “Se usa una camilla, porque al estar acostado, el alumno puede entregar el peso, dejar de hacer trabajo, sin temor a caerse. El fin último es poder llevar esta coordinación reorganizada al movimiento de la vida cotidiana”, detalla Spindler. Por último, Kalmar sintetiza: “Tal vez, uno de los más grandes aprendizajes es el de asumir la propia responsabilidad ante lo que uno hace y deja de hacer. El maestro está allí para facilitar, guiar, acompañar y ayudar a realizar estos cambios”.

Reeducar para transformar

Por Pablo Coria (*)

El proceso de reeducación implícito en el aprendizaje de la técnica Alexander conlleva cambios en nuestras maneras de hacer y de reaccionar en la vida, que producen transformaciones en ámbitos tan aparentemente dispares como lo pueden ser la salud, la comunicación y la relación entre las personas, la actividad artística y creativa, la ejecución de instrumentos o la práctica deportiva. Cuando nos liberamos de hábitos y maneras de usarnos a nosotros mismos que nos limitan y dañan, experimentamos una mejor conexión con nuestro entorno y una sensación de bienestar con nosotros mismos. Coordinando naturalmente podemos lograr que cualquier actividad que realicemos, desde la más simple a la más compleja, resulte una fuente de aprendizaje, de crecimiento y de placer.

* Profesor de la técnica Alexander y director de la Escuela Argentina de Técnica Alexander, miembro de la Society of Teachers of the Alexander Technique (STAT, Inglaterra).

“Yo lo experimenté”

Por Carolina Koruk (*)

El día que mi amiga me habló de la técnica Alexander, para aliviar los dolores de una tendinitis, dudé. Pero después, aposté. El apellido de la especialista que me recomendó mi amiga me dio confianza. Era Kalmar. Podía ser una señal, un metamensaje. Y me lancé a la aventura de conocer algo nuevo. Fui el primer día, sin saber si llamarla sesión, consulta, o clase. Se lo pregunté directamente y me respondió que yo era su alumna y ella era mi profesora. Me acosté sobre la camilla y de repente sentí el perfume a jazmín que ella llevaba. Me hizo acordar al aroma de un parque al que iba de chiquita. Sin tocarme, pero guiándome con su voz suave y segura, me hizo sentir más amplia, más abierta, más tranquila. Y no es poco en mí, que –según acuerdan en mi entorno– no me caracterizo justamente por la quietud. Salí ese día del taller como flotando en el aire, tratando de que la sensación de paz no se me fuera en la primera frenada del colectivo de vuelta a casa. Pero, por suerte –y con el pasar de las clases–, puedo aplicar sola en casa algunas de las técnicas para prolongar ese efecto tan gratificante.

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